El bosque de las tres lunas
El cielo estaba oscuro, una suave lluvia caía en el bosque dejando la tierra húmeda. Una joven de aspecto extraño paseaba preocupada mirando a todos los lados temerosa de que alguien la siguiera, los demás sentidos también se encontraban alerta. Giraba sus orejas lupinas en cualquier dirección que oyera el mínimo ruido. Su olfato potente captaba casi cualquier olor, el problema del día de hoy era que la lluvia los eliminaba dejando a todas las criaturas con el mismo, excepto a una, una que ella conocía muy bien, y su olor lo llevaba consigo, pasase lo que pasase. Aquella criatura que necesitaba encontrar.
Se giró bruscamente hasta descubrir que lo que se acercaba no era más que un zorro a la carrera, lo dejo pasar y continuó su camino.
El cielo empezaba a despejarse y pudo ver la brillante luna ante ella a la cual le acompañaba una pequeña estrella. Realizó una plegaria a la Diosa en silencio, para no ser descubierta por seres mortales, pues la condenarían a muerte, una muerte bastante cruel que ella no se merecía, de hecho amaba a su pueblo pero ellos jamás entenderían que aun siendo como era por las noches pudiera convivir con ellos en paz, estaba condenada y quería cambiarlo. Solo había una criatura capaz de hacerlo y hacía ella se dirigía.
Según contaba la leyenda esta criatura, mensajera de los Dioses, aparecía los días de Luna Llena que hubiese llovido aunque solo fuesen unas gotas. Se encontraría a los pies de un viejo Tejo en mitad del bosque de Las Tres Lunas. Y ella tenía la intención de encontrarle pasase lo que pasase, su vida dependía de ello, como el amor del hombre al que amaba.
Nunca antes había visto a esa criatura, pero desde que la anciana la maldijese tenía su olor en la mente y no se apartaba de ella en ningún momento, por lo tanto siguiendo ese olor y las indicaciones que daba la leyenda esperaba encontrarla. No sabía que aspecto podría tener, en cada relato aparecía de una forma distinta, normalmente como un hombre o una mujer jóvenes de rubios cabellos y alas de ave blancas. Personalmente ella no pensaba que fuese así, prefería hacer caso a los viejos escritos que la describían como un animal de belleza infinita. Antes todo el mundo habría estado de acuerdo con ella, pero últimamente no. Ahora la gente estaba olvidando sus viejas y sabias costumbres y las estaban cambiando por unas nuevas que venían de fuera que anunciaban la existencia de un único Dios y a los suyos los despreciaban. Ella no lo aceptaba, era de las pocas que vivía como antes. Unas lágrimas cristalinas le surgieron en sus verdes ojos. Lloraba por la gente a la que había amado y había sido destruida espiritualmente por esa nueva gente. ¡No es justo! Pensó en silencio mientras observaba la Luna, ¿Qué ha ocurrido para que acabemos así? Mi mundo ya no es su mundo, todo es distinto, ¿Por qué la gente no os ve como os veía antes? Se que seguís estando ahí, puedo sentiros, ¿Por qué intentan apartarnos de vosotros?
Siguió caminando en silencio absoluto. Un pequeño lago le impedía el paso. Le daba igual todo, solo quería llegar, así que se sumergió hasta la cintura, el agua le calmó y relajo un poco y pudo continuar mejor.
Escuchó un ruido, leve, pero un ruido. Se dio la vuelta y no vio nada, volvió a oírlo y lo mismo, así que decidió continuar, no quería perder tiempo no ahora que el lugar no se encontraba lejos, había recorrido el bosque muchas veces para recordar el lugar exacto para no perderse cuando llegase la hora.
Allí estaba el viejo Tejo que debía contar con más de mil años, sus ramas eran como varios hombres juntos y su tronco se necesitarían más de diez personas para rodearlo.
Se acercó, pero no vio nada, nada se movía en sus ramajes, nada paseaba por su alrededor…
¡No puede ser! Este es el lugar exacto, no me he equivocado, ¿verdad Diosa?
Observo de nuevo la Luna y cuando bajo la vista, encontró a los pies del árbol un lobo blanco con una luna en fase creciente dibujada en negro en el muslo de la pata trasera, debajo de su ojo izquierdo tenía otra mancha negra en forma de colmillo. De su espalda salían dos alas tan blancas como la luna y su pelaje. Su tamaño era el doble que el de la especie que vive en la tierra.
La joven se arrodillo extasiada, y solo logro oír unas palabras antes de que el ser se marchara.. “Pronto te reunirás con nosotros”
- ¿Cómo…?- no le dio tiempo a pronunciar más palabras, dos hombres fuertes la tenían sujeta. Uno de ellos le puso una venda en los ojos y le ato las manos con una cuerda.
- ¡Camina!- Ella obedeció confusa por todo lo que acababa de presenciar no entendía nada, no veía nada, de pronto sus fuerzas le fallaron y perdió el conocimiento.
Cuando despertó se encontró atada a un tronco de un árbol, ya amanecía y su aspecto cambió a su verdadera forma. Una joven de rubios cabellos largos, ojos verdes, con un cuerpo ágil.
A lo lejos vio a su amado, la contemplaba con lágrimas en los ojos, sabía que no podría hacer nada por salvarla.
- ¡Nos veremos en la otra vida!- le prometió ella, él asintió en silencio.
Varios hombres de los que habían sometido a su pueblo el día en que llegaron se colocaron a su lado. Uno de ellos sacó un pergamino, lo abrió y leyó su contenido
- Eleanor larix quedas condenada a la purificación del fuego acusada de brujería y por servir al demonio, que Dios se apiade de tu alma. ¡Enciendan la hoguera!- Dos hombres con antorchas quemaron la paja y la leña que la rodeaban. Eleanor rompió a llorar, lloró por ella, por su pueblo por su gente, por su amor, por el mundo. Un grito ensordecedor se oyó cuando el fuego quemó su carne mortal. Su alma se fue, y en su lugar dejo paso a una gran tormenta, el agua arrasó con todo y allí no quedó más que ruinas, de un pueblo muerto.
-Kelvariel-
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